
La incondicionalidad impone un tremendo desafío a la racionalidad.
Cómo ha de entregarse alguien sin saber a quien, sin garantías, sin miedo a los riesgos?
Cómo no imponer condiciones, mínimas, básicas pero certeras y necesarias?
Los "sin embargo" no son menores, vienen de tiempos pasados, ni tan olvidados, ni tan ancianos. Tiempos en que el alma infantil básica y cándida se mostraba en toda su plenitud, con las alas abiertas, desplegadas y batientes. No había condiciones, ni límites; menos aún garantías o mínimos necesarios. No sabíamos nada de eso.
Se trataba de amor y punto, completo, complejo, generoso, intenso e incondicional.
No puedo evitar preguntarme, ¿de qué se trata ahora, entonces?
1 comentario:
Gracias por seguir las migas que te fui dejando. Besos de bienvenida
Publicar un comentario